DE CARRERA, EL LUJO

Si me hubieran preguntado de pequeña mil veces que quería ser de mayor hubiera contestado mil cosas diferentes, pero a ciencia cierta nunca hubiera dicho que quería dedicarme al lujo. Ni el sector existía en aquella época como imaginario con el que poder soñar (sí las marcas, pero no el conjunto), ni la España sobria que recuerdo podía inspirar tales delirios. Me gustaba el arte por el ambiente en el que me eduqué, me aferraba a la calidad en la que mi madre era una gran maestra, y era rigurosa y disciplinada como mi padre. Todavía hoy mi madre, obligada a vivir en su mundo y sin cabeza para nada, no ha perdido ni el ojo ni el instinto para la calidad.

Lo bueno y lo bello si nos ronda de pequeños, se convierte en un hábito que nos acompañara toda la vida.

En definitiva, agradezco que me procuraron las cualidades necesarias para dedicarme al lujo, algo que nunca hubiera sabido si el destino no hubiera salido a mi encuentro.

De repente y con apenas 25 años estaba paseando por la calle de Serrano de Madrid junto a mi nueva jefa, una parisina tremendamente chic. El rojo de su lujosa chaqueta, mezclada con la luz de una España que renacía entonaban una alegre melodía que me acompaña desde entonces. Reconocí mi sitio cuando fui consciente que se habían esfumado las dudas e inquietudes de mis trabajos anteriores. Esta es una sensación que comparten conmigo muchos futuros alumnos. Les estimulo contándoles que el sector te llama como puede hacerlo el de cualquier creación artística.

Pocos amantes del lujo suelen acercarse por otros motivos. La lenta y obligada devoción a la belleza es la que procura satisfacciones y también sólidos resultados a largo plazo. Incluso en esta época en la que se encuentra en boga el lujo acelerado.

Me gusta intelectualizar el lujo para ofrecerle el contenido que se merece. Por haber sido cómplice y hacedor de las buenas vidas de nuestros antepasados, motor de progreso y civilización, origen del arte de vivir en el que hoy construimos nuestra nueva cultura. Sin embargo, pensándolo bien el lujo es tremendamente sencillo. Lo enredamos para dignificarlo y justificarlo y quizás para quitarle su cierta mala prensa- Pocas manifestaciones existen que el hombre tras crearlas inventa leyes específicas para abolirlo, o al menos medrarlo. ¿Es malo el lujo si no va acompañado de la mesura? ¡Ay de este lujo! Y ¿cómo encuentra la naturaleza la contención en un arrebatado amanecer o el artesano atempera el fervor que siente al convertir un pedazo de metal en una joya carolingia?.

El lujo es en esencia extremado y aparatoso. Su brillo mata y cura como el veneno de la serpiente. El lujo nos exalta al tiempo que nos aplaca. Como un buen traje o un buen vino.

Me di cuenta a inicios de los noventa que estaba hecha para este sector diferente, profundo como el arte, pero con menos carga por estar orientado al disfrute de la vida. Demandante y exigente porque ha de mostrar siempre la excelencia pero en el que se viven experiencias inolvidables. Implacable y de grandes normas soberanas pero al mismo tiempo amable y, como diría Lipovetsky, ligero…

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